No soy una polilla, como algunos colegas, que devoran libros de Historia. Pero sí consulto de vez en vez algunas páginas para refrescar ciertos hechos que marcaron pauta en la materia. Y sobretodo, sucesos que en la época de estudiante uno lleva muy impregnado al quehacer de esa vida. Así recuerdo el 27 de noviembre de 1871, que cada año recibe el homenaje con una simbólica marcha de batas blancas en las ciudades de toda Cuba.
Ese día fueron fusilados ocho inocentes estudiantes de Medicina, acusados de ultrajar la tumba del reaccionario periodista español Gonzalo Castañón. La Historia recoge el hecho como uno de los crímenes más brutales de la época colonial. Eran apenas unos jovencitos. Sus edades oscilaban entre los 16 y 21 años.
Resulta que tres días antes, un grupo de estudiantes recibieron el aviso de que el profesor llegaría tarde a la clase y aprovecharon este margen de tiempo para dispersarse. Cuatro de ellos estuvieron jugando con el transportador de cadáveres frente al cementerio de Espada y otro cogió una flor del camposanto.
Sin embargo, el celador denunció a los estudiantes y los culpaba de profanar la tumba de Gonzalo Castañón. Este último, había muerto en duelo con un patriota cubano en Cayo Hueso, y en vida, alentaba la pujanza del Cuerpo de Voluntarios integrado por españoles residentes en la Isla, desde su periódico “La voz de Cuba”.
En el Anfiteatro de Anatomía irrumpe el Gobernador Político de La Habana, Dionisio López Roberts, acompañado de agentes Voluntarios, quienes apoyaban la acusación. Así se llevaron prisioneros a 45 estudiantes.
Pero no valió la defensa a favor de los muchachos en los Consejos de Guerra celebrados posteriormente. Ni tampoco se escuchó la justicia aclamada por el Capitán español Federico Capdevila, cuyo honor descansa en la valentía conque aclamó la inocencia de estos niños.
La insatisfacción de los simpatizantes de Gonzalo provocó la realización de otro Consejo de Guerra. En esta ocasión lo integran nueve Voluntarios. La condena estaba segura. Ocho estudiantes serían fusilados, entre ellos dos que ni siquiera se habían portado por el cementerio ese día. Sus nombres: Anacleto Bermúdez, Ángel Laborde, Pascual Rodríguez, Alonso Álvarez de la Campa, José de Marcos Medina, Carlos Verdugo, Carlos A. de la Torre y Eladio González. El resto cumpliría condena en la prisión.
El hecho se desarrolló en medio de las conquistas de los criollos cubanos que se batían en la llamada Guerra de los Diez Años. La Metrópoli sufría la oleada de los mambises. Era necesario reafirmarse en el poder. Y el fusilamiento sería un escarmiento, una muestra de su fuerza y una manera de obtener dinero.
¡Cuán equivocados estaban! Pudieron manchar una página de la Historia con sangre de jóvenes inocentes, pero no pasó inadvertido el suceso. La vergüenza los devoró 16 años después, cuando Fermín Valdés Domínguez, el inseparable amigo de José Martí y condiscípulo de las víctimas, comprobó que todo había sido una infamia. Y logró también darle una sepultura decente, pues habían sido tirados en una fosa común.
A 137 años del suceso la juventud cubana reprocha la injusticia en la realización de caminatas, actos y marchas. Aquellos fueron la muestra de heroísmo y valentía para los de hoy, que llevan el Milagro a Venezuela, Bolivia y parajes de África.
Vale la pena entonces inculcar en los jóvenes el conocimiento de la Historia, y refrescar memorias y hechos que constituyan valuarte para ellos.
viernes, 28 de noviembre de 2008
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